
Nací con los astros alineados en Puente Genil, pueblo de Córdoba la Bella. Al poco nos trasladamos a Barcelona, ciudad que ofrecía a nuestra familia un mundo de oportunidades. «Esta niña taconea» – le decían a mi madre. Alegre, vivaracha, bailaba y cantaba sin parar. Inventaba historias que me transportaban a esos mundos imaginarios que nos deslumbran con su fantasía.
De ojos oscuros, curiosos, piel aceitunada, el mismo color que la tierra de sus padres, abuelos y predecesores dinásticos. Mi primera representación como actriz fue una majestuosa obra teatral en la que yo era un árbol. Un maravilloso, plateado y lleno de luz, árbol. Siete años, tenía. Han pasado cinco décadas y sigo recordando el acting que dio vida al árbol. ¡Ya está! Ahí entró el virus y ya nunca se marchó.
En el colegio no hubo un curso en el que no actuara en la obra de teatro que siempre celebrábamos en verano. En la residencia de ancianos en la que trabajé no hubo una Semana Santa o Navidad en la que no participara en la correspondiente obra teatral. ¡¡Sin castings!! Formar parte del elenco de personajes que alegraban la vida a los que se encontraban en el invierno de sus vidas, es un privilegio.



Nací con los astros alineados en Puente Genil, pueblo de Córdoba la Bella. Al poco nos trasladamos a Barcelona, ciudad que ofrecía a nuestra familia un mundo de oportunidades. «Esta niña taconea» – le decían a mi madre. Alegre, vivaracha, bailaba y cantaba sin parar. Inventaba historias que me transportaban a esos mundos imaginarios que nos deslumbran con su fantasía.
De ojos oscuros, curiosos, piel aceitunada, el mismo color que la tierra de sus padres, abuelos y predecesores dinásticos. Mi primera representación como actriz fue una majestuosa obra teatral en la que yo era un árbol. Un maravilloso, plateado y lleno de luz, árbol. Siete años, tenía. Han pasado cinco décadas y sigo recordando el acting que dio vida al árbol. ¡Ya está! Ahí entró el virus y ya nunca se marchó.
En el colegio no hubo un curso en el que no actuara en la obra de teatro que siempre celebrábamos en verano. En la residencia de ancianos en la que trabajé no hubo una Semana Santa o Navidad en la que no participara en la correspondiente obra teatral. ¡¡Sin castings!! Formar parte del elenco de personajes que alegraban la vida a los que se encontraban en el invierno de sus vidas, es un privilegio.
Acting de monja, de viejecita, de doctora, de vagabunda, de policía, o de enferma, no era más que jugar. Siempre significó jugar. Retazos de películas. Al llegar a casa, le brindaba a mi hijo una réplica de los bailes de Fame para satisfacción mía y perplejidad de esos ojitos chicos con los que me miraba ante tanto movimiento. Los bailes de salón completaban mi entusiasmo. Llegó mi pequeña. Adicta a los cuentos, a hablar, a cantar, a bailar, a más cuentos. Ahí seguía interpretándole todos esos personajes que aparecen en los mundos de color y fantasía que encontramos en los libros. Fantasía que ahora está transmitiendo a la pequeña Mía. Y llegaron los mellizos. Más pañales, biberones, pero también más cuentos. Más fantasía.
Nos trasladamos a Ciutadella de Menorca y ahí tuve la oportunidad de entrar a formarme en el Cercle Artístic de Ciutadella. Esas “Aulas de teatro” dónde podía seguir jugando, fantaseando: Historietes d’amor, Sa locura de’n Narcís, Foc i Fum, entre tantas otras. Obras de teatro amateur, todo amateur. Pero que permitían mantener viva la llama de la interpretación, de la imaginación, de ese árbol que se movía en mi interior.
Animada, pruebo un curso de verano en la Escuela de Teatro Nancy Tuñón de Barcelona. Fabulosa la experiencia. En la evaluación final: ¿Qué haces que no te dedicas a esto del teatro?

Acting de monja, de viejecita, de doctora, de vagabunda, de policía, o de enferma, no era más que jugar. Siempre significó jugar. Retazos de películas. Al llegar a casa, le brindaba a mi hijo una réplica de los bailes de Fame para satisfacción mía y perplejidad de esos ojitos chicos con los que me miraba ante tanto movimiento. Los bailes de salón completaban mi entusiasmo. Llegó mi pequeña. Adicta a los cuentos, a hablar, a cantar, a bailar, a más cuentos. Ahí seguía interpretándole todos esos personajes que aparecen en los mundos de color y fantasía que encontramos en los libros. Fantasía que ahora está transmitiendo a la pequeña Mía. Y llegaron los mellizos. Más pañales, biberones, pero también más cuentos. Más fantasía.
Nos trasladamos a Ciutadella de Menorca y ahí tuve la oportunidad de entrar a formarme en el Cercle Artístic de Ciutadella. Esas “Aulas de teatro” dónde podía seguir jugando, fantaseando: Historietes d’amor, Sa locura de’n Narcís, Foc i Fum, entre tantas otras. Obras de teatro amateur, todo amateur. Pero que permitían mantener viva la llama de la interpretación, de la imaginación, de ese árbol que se movía en mi interior.
Animada, pruebo un curso de verano en la Escuela de Teatro Nancy Tuñón de Barcelona. Fabulosa la experiencia. En la evaluación final: ¿Qué haces que no te dedicas a esto del teatro?

Ya…. mira… es que vivo en Menorca, sólo lo he hecho porque me entretengo mientras los niños están en el campus del Barça…Cinco años después regresamos a Barcelona. Los pequeños ya son grandes. ¿Qué tal si retomo mi eterna vocación? Pregunta en voz alta mi personaje interno. Respuesta en voz alta del mismo personaje: ¡¡por supuesto!!!
Otro curso de verano en la misma escuela, pero trece años más tarde. «¡Señora, usted puede empezar a formarse en serio»! ¡Alegría!, ¡júbilo! Pero también trabajo, trabajo y más trabajo. Estoy en constante formación y ya no hay vuelta atrás. Mi amor por la interpretación, por el juego de ser otras personas, toma cuerpo, toma alma en los cortos en los que he participado. No hay vuelta atrás. Mi entusiasmo se multiplica a la máxima potencia en cada papel, pequeño o grande que me brinda el teatro, el cine o la televisión.
¡Amo este juego!
Merche
Ya…. mira… es que vivo en Menorca, sólo lo he hecho porque me entretengo mientras los niños están en el campus del Barça…Cinco años después regresamos a Barcelona. Los pequeños ya son grandes. ¿Qué tal si retomo mi eterna vocación? Pregunta en voz alta mi personaje interno. Respuesta en voz alta del mismo personaje: ¡¡por supuesto!!!
Otro curso de verano en la misma escuela, pero trece años más tarde. «¡Señora, usted puede empezar a formarse en serio»! ¡Alegría!, ¡júbilo! Pero también trabajo, trabajo y más trabajo. Estoy en constante formación y ya no hay vuelta atrás. Mi amor por la interpretación, por el juego de ser otras personas, toma cuerpo, toma alma en los cortos en los que he participado. No hay vuelta atrás. Mi entusiasmo se multiplica a la máxima potencia en cada papel, pequeño o grande que me brinda el teatro, el cine o la televisión.
¡Amo este juego!
Merche